jueves, 5 de mayo de 2011

Padre, perdónalos


“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.” (Lucas 23:34)


Hemos leído lo que conocemos como la primer expresión de nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

Pero vamos a poner atención en las primeras dos palabras del Señor Jesús del texto que leímos, ¿cuáles son? “Padre, perdónalos.”

Esta petición por perdón, es hecha al Padre, pero ¿por qué al Padre? porque todo pecado, es una ofensa al Padre Celestial.

Nosotros debemos entender, que cuando ofendemos a alguien, en realidad estamos ofendiendo al Padre Celestial.

Todo tipo de pecado, todo tipo de injusticia, todo tipo de maldad, es una ofensa al Padre.

Por esto, cuando el hijo pródigo desperdició la herencia de su padre, él dijo: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.”

Este joven reconoció que su ofensa era primeo ante Dios, y también era contra su padre.

Todo pecado es así. Si hemos ofendido a nuestros padres, debemos saber que esa ofensa fue también una ofensa al Padre Celestial.

Toda ofensa a tus hermanos, a tus amigos: es, en realidad, una ofensa a Dios; todo falso testimonio, toda murmuración en la que participamos, toda codicia: es una ofensa al Padre.

Todo menosprecio a las autoridades que Dios pone, ya sea en la escuela, en trabajo, o en el templo, toda burla, es una ofensa al Padre Celestial.

Entonces, vemos que Aquel que nosotros sabemos que es digno de recibir toda gloria, ha sido, en realidad ofendido por todos nosotros

En un momento le alabamos, y en otro momento le ofendemos.

Cuando David pecó, él supo que su ofensa era al Padre celestial y dijo:

Salmos 51:4: CONTRA TI, CONTRA TI solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.

Puesto que hemos ofendido a Dios, es Dios quien determina el juicio y el castigo por el pecado. “Porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (Rom 12:19)

Por esto el Señor Jesús, elevó esta primer Palabra, al Padre, que es a quien hemos ofendido, y quien da el pago de nuestras ofensas. Por esto es a Él a quien le pide que nos perdone nuestras ofensas.

Pero también, por la fe, debemos ver, a Aquel que está en la cruz, intercediendo por nosotros.

El Señor Jesús, en su ministerio, usó tanto la palabra “Dios”, como la Palabra “Padre”, el Señor también dijo: “Dios mío”, “Dios mío” como lo veremos más adelante.

Pero en este momento, el Señor dice: “Padre”. Vemos que el Señor está intercediendo en su posición del Hijo Eterno y de Hijo Amado del Padre.

Hubo un momento, que la maldad del pueblo de Israel era tan grande, que Dios dijo: “… si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan.” (Jeremías 15:1)

Moisés y Samuel eran hombres de Dios, pero si ellos pidieran por el pueblo, Dios no iba a perdonar al pueblo, porque su pecado era muy grande, y el juicio de Dios estaba ya decretado para ellos.

Así muchas veces hemos sido nosotros, nuestra maldad ha sido muy grande, nuestras ofensas a Dios son tales, que no hay hombres que pudieran mover el corazón de Dios a favor de nosotros.

Pero ahí en la cruz, hay alguien mayor que Moisés y que Samuel, El es el Hijo de Dios.

Y a pesar de que la maldad ha llegado al extremo, y están crucificando al Señor Jesús,

Es el Hijo de Dios, quien intercede por todos nosotros, y se pone en la brecha delante de Dios y le dice: “Padre, perdónalos”

Esa voz, que se oye en los cielos, y es conocida por el Padre. Es la voz del Hijo, es la voz por la cual fueron hechos los cielos y la tierra.

Pero esa voz que es poderosa, ahora se eleva al Padre para interceder, su intercesión es sublime, es grande, y es suficiente.

No hay pecado que el Padre no perdone. No hay nada que hayas hecho, o que yo haya hecho, que el Padre no perdone, porque hay una intercesión sublime por ti y por mí.

Toda ofensa ante el Padre celestial, será olvidada, será perdonada, no será juzgada en nosotros, porque el Hijo de Dios está clamando en la cruz a favor nuestro.

Por esto, no te lleves tu culpa hoy, no cargues más tu pecado, el Padre ha oído la intercesión de Su Hijo, para perdonarte, inclina tu rostro, y como aquel hijo pródigo reconoció, que su ofensa fue primero al Padre Celestial, así hoy reconoce tus pecados y ofensas ante Dios.

Y pídele perdón, pero cuando pidas perdón, escucha la intercesión del Hijo de Dios a favor tuyo, que dice desde la cruz: “Padre, perdónalos”