viernes, 16 de diciembre de 2011

Guerra… ¿santa?


Quizás muchos han pensado que se puede tener una religión, y con base en ella, causar algún daño a alguna persona, pero en el Cristianismo esto no tiene lugar en lo más mínimo.

¿Cómo se podría conciliar un Mensaje de Salvación con una tortura?, ¿cómo se predicaría la piedad mientras se golpea al que piensa diferente que tú?, ¿en dónde quedaría el amor al prójimo, o el respeto fundamental de la libre voluntad?

Pero la verdadera iglesia de Jesucristo, sólo se avoca a lo que Él mismo mandó: “Prediquen el Evangelio”, “hagan discípulos”, “amen a su enemigo”, “arrepiéntanse”, “crean”.

Sin embargo, para los que de una u otra manera escuchamos el Evangelio, debemos estar sensibles de lo que esto significa.

El Evangelio es el mensaje de salvación. Es el mensaje que se predica desde aquella cruz. Es el mensaje de Dios para nosotros, anunciado por Aquel Predicador de las regiones de Israel, Aquel que siendo inocente murió por todos nosotros.

El Evangelio es la Voz que conmueve los cielos y la tierra para llegar a nosotros, que nos dice que es tiempo de arrepentirnos, de volver a una real amistad con Dios por medio de la fe en el Hijo, mensaje que nos dice que Dios no tomará en cuenta nuestros pecados pasados, porque todo ha sido ya pagado.

El Evangelio es la oportunidad de Dios para nosotros, no la nuestra para Él. Por darnos este Mensaje, muchos han dado sus vidas, sus lujos, sus posesiones, pues ¿qué importancia tiene esta Palabra anunciada?

Tiene toda la importancia para cada uno de nosotros, la Biblia nos muestra que nuestras almas dependen de la aceptación o rechazo del Evangelio, y no de otras cosas, no de ritos, no de unirnos a una denominación, no de dar dinero, no. Sólo de recibir el Mensaje de Dios predicado en la Cruz. Por esto el Señor Jesús dijo: “arrepentíos y creed al Evangelio”.

Ningún seguidor de Cristo te deberá lastimar en lo más mínimo, pero antes de rechazarlo, mira lo que este Mensaje significa para ti. 

“Mirad que no desechéis al que habla (Jesucristo). Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.” (Hebreos 12:25)

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