miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿Amando la disciplina?


Heb. 12:6. Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por hijo.


Este texto no nos dice que Dios ame la disciplina, ni los azotes, ni el castigo; sino dice que: “al que ama, disciplina”. El énfasis no está en la disciplina, sino en el amor a Sus hijos.

Algunos aman la disciplina más que a las personas, y ponen en primer lugar el castigo, o quizás su autoridad, o quizás su autoestima, así que ejercen ante el más mínimo error algún tipo de castigo: emocional, verbal o físico.

Pero el énfasis de Dios no está ahí, sino en el amor a aquellos que recibe por hijos. De modo que al estar el énfasis en el amor y en sus hijos, podemos confiar que Su disciplina es para nuestro bien, y no para nuestro mal o destrucción.

Como hijos, debemos aprender a mirar aún más allá de la disciplina o el castigo de Dios, debemos mirar al corazón amante del Padre Celestial que nos forma para lo que es provechoso. Debemos ver la verdad que encierra Joel 2:13 acerca del Padre: “… que se DUELE DEL CASTIGO” .

Recordemos que aquello que da un verdadero propósito a la vida es el Amor verdadero. Sería un sinsentido la corrección sin amor, pues la tristeza que causa la disciplina, no sería tolerable, no tendría caso, pues el dolor sin sentido es simplemente insoportable.

Por esto debemos ver el amor de Dios, quien nos ama de tal manera que ha dado a Su Hijo por nosotros; así también nosotros debemos amar a aquellos a quienes debemos instruir o corregir, para que nunca antepongamos la disciplina al amor.

El ejercicio de la disciplina, es sólo para determinados momentos, sólo es una herramienta, y sólo es un medio, pero el amor es permanente, y da a todo un verdadero propósito, al poner el énfasis en el máximo bien de la persona amada.

Por esto, antes de corregir, preguntémonos si amamos, y si hemos demostrado que amamos; preguntémonos si nos hemos consagrado al bien de la persona amada, si en verdad buscamos la edificación y no la destrucción; entonces oremos para pedirle al Señor que nos enseñe a amar, como Él nos ha amado.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El provecho de la disciplina de Dios


 “Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él” (Hebreos 12:5)

Veamos un aspecto que es totalmente provechoso para nosotros como hijos de Dios: la disciplina de Dios.

La disciplina de Dios es provechosa como pocas cosas en la vida. Cuando un niño crece, quizás se le olvidarán algunos de los juguetes o pertenencias que llegó a tener en su niñez, pero la formación que le den los padres, le acompañarán toda la vida. Esa formación determinará mucho de su futuro, de su estabilidad, y de su paz.

Así la disciplina es fructífera porque es formativa, su provecho es de largo alcance, es integral, y es como una semilla de paz para el futuro. Sin embargo, al principio, cuando la recibimos no es causa de alegría y refrigerio, sino de aflicción y a veces hasta desánimo.

La perspectiva que debemos tener de la disciplina

Por tal razón es necesario que valoremos la disciplina del Padre, pues si sólo vemos el dolor podríamos pensar que no tiene caso el sufrimiento, podríamos decir: "¿por qué a mí?" y podríamos acercarnos al desánimo. 

Pero la disciplina debe ser motivo para que recordemos nuestra posición como hijos de Dios por medio de Cristo, pues la disciplina del Padre muestra primeramente que somos sus hijos, y a futuro también imprime en nuestra alma el cuidado amoroso de Dios para la formación de nuestro carácter.

Por esto, no debemos ver la disciplina desde otra perspectiva, sino de la de hijos de Dios por medio de Cristo, debemos ver que es muy grande el don de Dios para que seamos sus hijos. La Biblia nos dice: 1 Juan 3:1: Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.

De modo que al ser hijos, tenemos también el beneficio de ser formados por el Padre Eterno quien nos disciplina para lo que es provechoso, y para que participemos de su santidad.

Ejemplos de la disciplina

La disciplina de Dios se puede mostrar en varias maneras, desde la reprensión que proviene de Su Palabra, las consecuencias de nuestros actos, la aspereza de nuestros semejantes, y algunas otras formas, sin embargo, en medio todas ellas, podremos encontrar que Dios forma nuestro carácter, nos limpia, y nos permite adquirir sabiduría.

¡Cuánto debemos saber reconocer nuestras faltas, y cuánto debemos reconocer que como hijos de Dios, también estamos bajo Su autoridad! Por esto el temor de Dios que debemos tener nosotros, debe ser el temor de hijos, que reconocen a su Padre como autoridad, el cual no nos destruirá por completo, pero sí nos formará y corregirá.

¿Qué haremos al saber que hay disciplina?

Por tanto, Dios corrige y no nos deja sin castigo, pero lo hace como un Padre amoroso, pues también nos enseña, previene, y consuela para que sigamos adelante. Debemos orar entonces, sabiendo que hay disciplina, para que seamos hijos entendidos, y para que no tengamos muchos azotes, pidamos a Dios dominio propio, y gracia para guardarnos de todo mal.

El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene ENTENDIMIENTO. (Proverbios 15:32)

lunes, 14 de noviembre de 2011

El sufrimiento


Hebreos 12:4 Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;


El sufrimiento no es un tema agradable ni deseable, pero a veces  no se puede evitar en la vida de la fe. Sin embargo, al pasar por él Dios no detiene su obra en nosotros, sino sigue adelante con propósitos que son en verdad gloriosos. Consideremos hoy cómo en el sufrimiento, el pecado que mora en nosotros también es eliminado.


 Hay dos aspectos que debemos recordar en la lucha contra el pecado: el primero es la victoria de Cristo que tenemos por medio de la fe. Pero el segundo es que los padecimientos que enfrentamos como cristianos, nos ayudan también en esta lucha.
En el primero están los sufrimientos de Cristo en la cruz, en el segundo aspecto están nuestros sufrimientos como miembros del cuerpo de Cristo, pero ambos son necesarios en la lucha contra el pecado que mora en nosotros.
El primer punto ya está hecho y consumado en la cruz; el segundo, se refiere al perfeccionamiento o a la aplicación de ese hecho en nuestra vida. En otras palabras, no sólo heredamos las bendiciones, sino los padecimientos de Cristo. 
·         No sólo somos partícipes de la gloria que en el futuro ha de manifestarse, sino que también somos partícipes de los sufrimientos de Cristo aquí en la tierra. 
·         Por esto la Palabra de Dios dice: 1 Pedro 4:1 Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, 
·         La causa del sufrimiento cristiano, es que Cristo ha padecido en la carne por nosotros, y ese sufrimiento fue para terminar con el pecado. De modo que el cristiano que está en Cristo padece también en la carne, y participa de los sufrimientos de Cristo, con lo cual se termina con el pecado.
·        El Apóstol Pedro escribe: 4:12 Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese,
·         4:13 sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. 4:14 Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. 
·         Hay veces que sufrimos sin entender la razón de ello, sin embargo, en realidad es que sufrimos por el Nombre de Cristo, a menos que suframos por el pecado que hayamos hecho. Pero si sufrimos por ser cristianos,  y repentinamente vienen ataques, palabras hirientes, actitudes violentas, etc., Entonces sufrimos por ser de Cristo, y el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre nosotros. Así que no desmayemos, pues terminar con el pecado no es algo vano, sino que tiene el mayor significado para la vida presente y eterna. Encomendemos nuestra vida al que juzga justamente, y se compadece de nosotros y los que nos rodean. 

martes, 8 de noviembre de 2011

Sin desmayar

Hebreos 12:3. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.

En ocasiones, nuestro ánimo será golpeado. El mundo no desaprovechará una oportunidad para querer afectar nuestra fe. Pero debemos considerar a Cristo, que sufrió una contradicción de pecadores contra sí mismo la cual fue inigualable. 

Aquel que venía a salvar al pecador, fue muerto por el mismo pecador. Aquel que vino a predicar contra el pecado, fue muerto por el pecado. Aquel que hizo bienes en el pueblo, fue muerto por el pueblo.

Aquel que se humilló asimismo para darnos un lugar de honra junto con Él, fue a su vez humillado y despreciado por nosotros. ¿Qué necesidad tenía el Hijo de Dios de venir por nosotros? Era dueño de todo, compartía la gloria del Padre y era glorificado por los ángeles que permanecieron fieles.
¿Qué necesidad tenía de venir por nosotros? No tenía ninguna necesidad. De hecho, no vino por necesidad, y tampoco fue sorprendido en lo que vivió.El Señor sabía cómo sería tratado en la tierra, pero aun así vino. Sabía cómo le trataríamos nosotros, pero no se detuvo.

Así como afirmó su rostro para ir a Jerusalén, así vino completamente apegado a la voluntad del Padre, con el propósito de glorificarle a Él y salvarnos por Su Amor y Paciencia. 

Pudo ver en el rostro miradas de hombres con odio, con desprecio, con burla, pudo ver la soberbia más terrible, pudo ver a muchos que en su rostro le cerraron la puerta de su corazón, lo corrieron, le dijeron que saliera de sus límites.

Pero aun así vino, porque vino para glorificar al Padre, y mostrar el amor de Dios a un mundo perdido.
El Padre fue glorificado en el Hijo, quien se negó asimismo, quien prefirió la voluntad del Padre, aunque eso costara su misma vida terrenal. Sabía que uno de sus amigos lo negaría, que otro de sus cercanos, lo traicionaría, que de los demás, la mayoría se alejaría en la hora de la prueba. Pero aun así vino.

El Señor no desmayó, hubiera sido fácil hacerlo, pues cuánto se puede lastimar con su sola mirada, o con la soberbia, la indiferencia, o el rechazo, pero aun así, el Señor no desmayó. Debemos ver que el Señor no sólo actuó exteriormente, sino que su corazón nunca dejó de ver con amor, a aquellas miradas soberbias, nunca dejó de compadecerse de aquellos que le golpeaban, nunca dejó de amarlos, y aún le pidió al Padre que los perdonara.

Por esto, el Señor pudo decir: consumado es. Pudo finalmente terminar su labor, la semilla que murió daría mucho fruto, miles y miles de corazones arrepentidos, que le amarían hasta el fin, y que amarían como Él lo hizo en la tierra, que estarían dispuestos a sufrir por su Señor, miles que menospreciarían las heridas, por la voluntad de Dios. Miles salvos por causa de su fidelidad.
Tampoco debemos desmayar nosotros, quizás ya deberíamos saber que vamos a sufrir, que nos van a rechazar, que se van a ensoberbecer, que nos humillarán. Pero en Cristo, debemos continuar, y saber que porque Él murió, el fruto que se espera es abundante, y es para Su Gloria. 

Por esto, no debemos desmayar, sino creer que muchos que al principio actúan con dureza, en un tiempo, pronto estarán rendidos a Cristo, dispuestos a ser nuestros hermanos en la fe, y a unirse en la batalla de la fe.