Heb. 12:6. Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el
que recibe por hijo.
Este texto no nos dice que Dios ame la disciplina, ni los
azotes, ni el castigo; sino dice que: “al que ama, disciplina”. El énfasis
no está en la disciplina, sino en el amor a Sus hijos.
Algunos aman la disciplina más que a las personas, y ponen
en primer lugar el castigo, o quizás su autoridad, o quizás su autoestima, así
que ejercen ante el más mínimo error algún tipo de castigo: emocional, verbal o
físico.
Pero el énfasis de Dios no está ahí, sino en el amor a
aquellos que recibe por hijos. De modo que al estar el énfasis en el amor y en
sus hijos, podemos confiar que Su disciplina es para nuestro bien, y no para
nuestro mal o destrucción.
Como hijos, debemos aprender a mirar aún más allá de la
disciplina o el castigo de Dios, debemos mirar al corazón amante del Padre
Celestial que nos forma para lo que es provechoso. Debemos ver la verdad que
encierra Joel 2:13 acerca del Padre: “… que se DUELE DEL CASTIGO” .
Recordemos que aquello que da un verdadero propósito a la
vida es el Amor verdadero. Sería un sinsentido la corrección sin amor, pues la
tristeza que causa la disciplina, no sería tolerable, no tendría caso, pues el
dolor sin sentido es simplemente insoportable.
Por esto debemos ver el amor de Dios, quien nos ama de tal
manera que ha dado a Su Hijo por nosotros; así también nosotros debemos amar a
aquellos a quienes debemos instruir o corregir, para que nunca antepongamos la
disciplina al amor.
El ejercicio de la disciplina, es sólo para determinados
momentos, sólo es una herramienta, y sólo es un medio, pero el amor es
permanente, y da a todo un verdadero propósito, al poner el énfasis en el
máximo bien de la persona amada.
Por esto, antes de corregir, preguntémonos si amamos, y si
hemos demostrado que amamos; preguntémonos si nos hemos consagrado al bien de
la persona amada, si en verdad buscamos la edificación y no la destrucción;
entonces oremos para pedirle al Señor que nos enseñe a amar, como Él nos ha
amado.