martes, 8 de noviembre de 2011

Sin desmayar

Hebreos 12:3. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.

En ocasiones, nuestro ánimo será golpeado. El mundo no desaprovechará una oportunidad para querer afectar nuestra fe. Pero debemos considerar a Cristo, que sufrió una contradicción de pecadores contra sí mismo la cual fue inigualable. 

Aquel que venía a salvar al pecador, fue muerto por el mismo pecador. Aquel que vino a predicar contra el pecado, fue muerto por el pecado. Aquel que hizo bienes en el pueblo, fue muerto por el pueblo.

Aquel que se humilló asimismo para darnos un lugar de honra junto con Él, fue a su vez humillado y despreciado por nosotros. ¿Qué necesidad tenía el Hijo de Dios de venir por nosotros? Era dueño de todo, compartía la gloria del Padre y era glorificado por los ángeles que permanecieron fieles.
¿Qué necesidad tenía de venir por nosotros? No tenía ninguna necesidad. De hecho, no vino por necesidad, y tampoco fue sorprendido en lo que vivió.El Señor sabía cómo sería tratado en la tierra, pero aun así vino. Sabía cómo le trataríamos nosotros, pero no se detuvo.

Así como afirmó su rostro para ir a Jerusalén, así vino completamente apegado a la voluntad del Padre, con el propósito de glorificarle a Él y salvarnos por Su Amor y Paciencia. 

Pudo ver en el rostro miradas de hombres con odio, con desprecio, con burla, pudo ver la soberbia más terrible, pudo ver a muchos que en su rostro le cerraron la puerta de su corazón, lo corrieron, le dijeron que saliera de sus límites.

Pero aun así vino, porque vino para glorificar al Padre, y mostrar el amor de Dios a un mundo perdido.
El Padre fue glorificado en el Hijo, quien se negó asimismo, quien prefirió la voluntad del Padre, aunque eso costara su misma vida terrenal. Sabía que uno de sus amigos lo negaría, que otro de sus cercanos, lo traicionaría, que de los demás, la mayoría se alejaría en la hora de la prueba. Pero aun así vino.

El Señor no desmayó, hubiera sido fácil hacerlo, pues cuánto se puede lastimar con su sola mirada, o con la soberbia, la indiferencia, o el rechazo, pero aun así, el Señor no desmayó. Debemos ver que el Señor no sólo actuó exteriormente, sino que su corazón nunca dejó de ver con amor, a aquellas miradas soberbias, nunca dejó de compadecerse de aquellos que le golpeaban, nunca dejó de amarlos, y aún le pidió al Padre que los perdonara.

Por esto, el Señor pudo decir: consumado es. Pudo finalmente terminar su labor, la semilla que murió daría mucho fruto, miles y miles de corazones arrepentidos, que le amarían hasta el fin, y que amarían como Él lo hizo en la tierra, que estarían dispuestos a sufrir por su Señor, miles que menospreciarían las heridas, por la voluntad de Dios. Miles salvos por causa de su fidelidad.
Tampoco debemos desmayar nosotros, quizás ya deberíamos saber que vamos a sufrir, que nos van a rechazar, que se van a ensoberbecer, que nos humillarán. Pero en Cristo, debemos continuar, y saber que porque Él murió, el fruto que se espera es abundante, y es para Su Gloria. 

Por esto, no debemos desmayar, sino creer que muchos que al principio actúan con dureza, en un tiempo, pronto estarán rendidos a Cristo, dispuestos a ser nuestros hermanos en la fe, y a unirse en la batalla de la fe.

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